Quiero compartir con ustedes un texto donde
Arturo Pérez Reverte, novelista español,
da algunos consejos, técnicas e ideas para pulir las habilidades de los
escritores inéditos.
La idea de tomar
un texto que es de nuestro gusto y reescribirlo con nuestro estilo, la llegué a
ver en práctica en La Feria Internacional del Libro 2012 en el encuentro internacional de
cuentistas. El escritor Edmundo Paz Soldán en Bolivia, retomó el cuento de
“Casa tomada” para escribir su propia versión de los hechos que vivieron Irene
y su hermano pero con un toque personal
de realismo moderno para suplantar la huella cortazariana (Esta versión
de “Casa tomada” la pueden encontrar en el compendio de cuentos cortos “Billie
Ruth”)
Carta a un
joven escritor (I)
Pues sí, joven colega. Chico o chica. Pensaba en ti
mientras tecleaba el artículo de la semana pasada. Recordé tus cartas
escritas con amistad y respeto, el manuscrito inédito -quizá demasiado torpe o
ingenuo, prematuro en todo caso- que me enviaste alguna vez. Recordé tu
solicitud de consejo sobre cómo abordar la escritura. Cómo plantearte una
novela seria. Tu justificada ambición de conseguir, algún día, que ese mundo
complejo que tienes en la cabeza, hecho de libros leídos, de mirada
inteligente, de imaginación y ensueños, se convierta en letra impresa y se
multiplique en las vidas de otros, los lectores. Tus lectores.
Vaya por delante que no hay palabras mágicas. No hay truco que abra los
escaparates de las librerías. Nada garantiza
ver el fruto de tu esfuerzo, esa pasión donde te dejas la piel y la sangre,
publicado algún día. Este mundo es así, y tales son las reglas. No hay otra
receta que leer, escribir, corregir, tirar folios a la papelera y dedicarle
horas, días, meses y años de trabajo duro -Oriana Fallacci me dijo en una
ocasión que escribir mata más que las bombas-, sin que tampoco eso garantice
nada. Escribir, publicar y que tus novelas sean leídas no depende sólo de eso.
Cuenta el talento de cada cual. Y no todos lo tienen: no es lo mismo talento
que vocación. Y el adiestramiento. Y la suerte. Hay magníficos escritores con
mala suerte, y otros mediocres a quienes sonríe la fortuna. Los que publican en
el momento adecuado, y los que no. También ésas son las reglas. Si no las
asumes, no te metas. Recuerda algo: las prisas destruyeron a muchos escritores
brillantes. Una novela prematura, incluso un éxito prematuro, pueden
aniquilarte para siempre. Lo que distingue a un novelista es una mirada propia
hacia el mundo y algo que contar sobre ello, así que procura vivir antes. No
sólo en los libros o en la barra de un bar, sino afuera, en la vida. Espera a
que ésta te deje huellas y cicatrices. A conocer las pasiones que mueven a los
seres humanos, los salvan o los pierden. Escribe cuando tengas algo que contar.
Tu juventud, tus estudios, tus amores tempranos, los conflictos con tus padres,
no importan a nadie. Todos pasamos por ello alguna vez. Sabemos de qué va.
Practica con eso, pero déjalo ahí. Sólo harás algo notable si eres un genio
precoz, mas no corras el riesgo. Seguramente no es tu caso.
No seas ingenuo, pretencioso o imbécil: jamás escribas para otros escritores, ni sobre la
imposibilidad de escribir una novela. Tampoco para los críticos de los
suplementos literarios, ni para los amigos. Ni siquiera para un hipotético
público futuro. Hazlo sólo si crees poder escribir el libro que a ti te
gustaría leer y que nadie escribió nunca. Confía en tu talento, si lo
tienes. Si dudas, empieza por reescribir los libros que amas; pero no imitando
ni plagiando, sino a la luz de tu propia vida. Enriqueciéndolos con tu mirada
original y única, si la tienes. En cualquier caso, no te enfades con quienes no
aprecien tu trabajo; tal vez tus textos sean mediocres o poco originales. Ésas
también son las reglas. Decía Robert Louis Stevenson que hay una plaga de
escritores prescindibles, empeñados en publicar cosas que no interesan a nadie,
y encima pretenden que la gente los lea y pague por ello.
Otra cosa. No pidas consejos. Unos te dirán exactamente lo que creen que
deseas escuchar; y a otros, los sinceros, los
apartarás de tu lado. Esta carrera de fondo se hace en solitario. Si a ciertas
alturas no eres capaz de juzgar tú mismo, mal camino llevas. A ese punto sólo
llegarás de una forma: leyendo mucho, intensamente. No cualquier cosa, sino
todo lo que necesitas. Con lápiz para tomar notas, estudiando trucos narrativos
-los hay nobles e innobles-, personajes, ambientes, descripciones, estructura,
lenguaje. Ve a ello, aunque seas el más arrogante, con rigurosa humildad
profesional. Interroga las novelas de los grandes maestros, los clásicos que lo
hicieron como nunca podrás hacerlo tú, y saquea en ellos cuanto necesites, sin
complejos ni remordimientos. Desde Homero hasta hoy, todos lo hicieron unos con
otros. Y los buenos libros están ahí para eso, a disposición del audaz: son
legítimo botín de guerra.
Decía Harold Acton que el verdadero escritor se distingue del aficionado
en que aquél está siempre dispuesto a aceptar cuanto mejore su obra, sacrificando el ego
a su oficio, mientras que el aficionado se considera perfecto. Y la palabra
oficio no es casual. Aunque pueda haber arte en ello, escribir es sobre todo
una dura artesanía. Territorio hostil, agotador, donde la musa, la inspiración,
el momento de gloria o como quieras llamarlo, no sirve de nada cuando llega, si
es que lo hace, y no te encuentra trabajando.